Últimamente, las tardes son impertinentes llegan con la tierna solemnidad del viento
y sus guitarras,
su rito de gaviota y golondrina,
despeinando el parrón, que por las tardes
se sienta a mirar el abuelo
como un árbol,
crece lenta mi nostalgia,
pareciera florecer de pronto
con la fragilidad infinita de lo íntimo,
con la incertidumbre en los viajeros
y encuentro aquí
la inmensa quietud de mi alma,
como una hoja bailando en el viento,
como el sol colándose entre las ramas,
donde descuelgo todas mis sombras,
donde por ratos, de pronto, enmudezco
sumergida en la memoria
vuelvo a tientas a mi cuerpo,
a la historia de ciudad nocturna,
alaridos de perros y amores tardíos
porque hay pueblos completos bajo mis palabras,
yo no las nombro, por miedo a violentarlos.
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