Nada detiene al latido
que hilvana una despedida,
es como la desnudez
antes de hacer el amor por las mañanas,
correr dentro de uno mismo
gritando palabras como de ceniza
es inventar el peso de otro cuerpo
como una raíz de aire,
es el vacío y su tumulto de lluvia,
lo invisible despoblando la mirada
y evadir con cierta desesperación al silencio,
es asimilar lo elocuente que es la ausencia:
esperar la tarde sintiendo aeropuertos,
abotonarse en el pecho una grieta insondable
alimentando al rumor del desamparo.
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